México, creo en ti

Por: Ricardo López Méndez

I

México, creo en ti

como en el vértice de un juramento.

Tú hueles a tragedia, tierra mía,

y sin embargo ríes demasiado,

acaso porque sabes que la risa

es la envoltura de un dolor callado.


II

México, creo en ti,

sin que te represente en una forma

porque te llevo dentro, sin que sepa

lo que tú eres en mí; pero presiento

que mucho te pareces a mi alma,

que sé que existe, pero no la veo.


III

México, creo en ti,

en el vuelo sutil de tus canciones

que nacen porque sí, en la plegaria

que yo aprendí para llamarte Patria:

algo que es mío en mí como tu sombra,

que se tiende con vida sobre el mapa.


IV

México, creo en ti,

en forma tal que tienes de mi amada

la promesa y el beso que son míos,

sin que sepa por qué se me entregaron:

no sé si por ser bueno o por ser malo,

o porque del perdón nazca el milagro.


V

México, creo en ti

sin preocuparme el oro de tu entraña:

es bastante la vida de tu barro

que refresca lo claro de las aguas,

en el jarro que llora por los poros

la opresión de la carne de tu raza.


VI

México, creo en ti,

porque creyendo te me vuelves ansia

y castidad y celo y esperanza.

Si yo conozco el cielo, es por tu cielo,

si conozco el dolor, es por tus lágrimas

que están en mí aprendiendo a ser lloradas.

VII

México, creo en ti,

en tus cosechas de milagrerías

que sólo son deseo en las palabras.

Te consagras de auroras que te cantan

¡y todo el bosque se te vuelve carne!,

¡y todo el hombre se te vuelve selva!


VIII

México, creo en ti,

porque nací de ti, como la flama

es compendio del fuego y de la brasa;

porque me puse a meditar que existes

en el sueño y materia que me forman

y en el delirio de escalar montañas.


IX

México, creo en ti,

porque escribes tu nombre con la equis,

que algo tiene de cruz y de calvario;

porque el águila brava de tu escudo

se divierte jugando a los volados

con la vida y, a veces, con la muerte.


X

México, creo en ti,

como creo en los clavos que te sangran,

en las espinas que hay en tu corona,

y en el mar que te aprieta la cintura

para que tomes en la forma humana

hechura de sirena en las espumas.


XI

México, creo en ti,

porque si no creyera que eres mío

el propio corazón me lo gritara,

y te arrebataría con mis brazos

a todo intento de volverte ajeno

¡sintiendo que a mí mismo me salvaba!


XII

México, creo en ti,

porque eres el alto de mi marcha

y el punto de partida de mi impulso.

¡Mi credo, Patria, tiene que ser tuyo,

como la voz que salva y como el ancla...!


Ciudad de México, 1940.